martes, 28 de junio de 2011

Eduardo y Fernanda.

Cuando Eduardo se acercó a la barra a pedir un mojito no pudo si quiera haber imaginado que la chica que estaba a su lado, de perfil, era la misma Fernanda Tudela.
Apenas se percató de su presencia dudó unos segundos teniendo una desagradable confusión, pero el instinto de dotó del coraje necesario para salir de la intriga.

-¿Fernanda? Le preguntó, dándole una palmadita en un hombro.
­-¿Si? ¿Quién? ¿Eduardo?
-Si, holaaaaaaa, como has estado?
-Hola, no puedo creerlo, a los siglos.

Tras unos efusivos besos y abrazos, Eduardo y Fernanda se quedaron mirándose fijamente, como cerciorándose de que eran efectivamente ellos. Cada uno a su manera, estaba profundamente sorprendido. Ella porque después de varios años se encontraba con aquel chico del colegio con el que, si bien nunca pasó nada entre ellos siempre hubo una súper química, una atracción fatal que ninguno de los dos verbalizó, y sobre todo una cariñosa amistad que a pesar de  esa química singular, se interrumpió al terminar la secundaria. 

A él, por su parte, no había maneta de disimularle la alegría, tenía una sonrisa de payaso. No solo estaba sorprendido: estaba casi en shock. Si hasta se había olvidado del mojito que el barman le había servido hacía rato y que se veía aguando a su costado. La conmoción se justificaba: durante los últimos cuatro años de secundaria Fernanda había sido su amor platónico, su amor callado, la chica que le quitaba el sueño. Y no es solo una frase: Se lo quitaba literalmente, pues más de una vez, cuando ella no podía dormir, lo despertaba con una llamada telefónica de madrugada para matar las horas conversando. El le contestaba gentilmente de lo mas gustoso, pensaba en un futuro sería sentimentalmente recompensado. Si Eduardo nunca le dijo nada de lo que sentía era, básicamente por el clásico horror al rechazo. Prefería tener a Fernanda de “amiga” pero tenerla cerca, antes que alejarla con declaraciones de amor, según él, jamás echarían raíces un mucho menos rendirían frutos. Todos sus amigos, testigos de su desesperada situación le aconsejaban que hablara con ella, que se lo dijera todo. Pero él, terco, se empecinó en guardar obstinado silencio.
Habría que decir que hizo bien. Por esos años Fernanda le encontraba guapo pero nada mas, ella lo quería como a un hermanito cómplice, nada más. Ella estaba enamoradísima de Bruno, un chico un año mayor que ella, para desgracia de Eduardo, el también estaba enamorado de ella. De hecho estuvieron de novios y fueron juntos a la fiesta y viaje de promoción. Fiesta a la que Eduardo llevó como pareja a la hermana fea de uno de sus amigos. La quería tanto que no podía soportar verla tanto tiempo sabiendo que no era correspondido. Prefería desaparecer del show antes que seguir ahí. Le partía el corazón dejar de frecuentarla pero estaba seguro de que la distancia y la falta de comunicación le curarían esa pena.

Por eso en diciembre, al terminar quinto, Eduardo prácticamente desapareció de la vida de Fernanda. Cada vez que ella lo llamaba para reunirse, ir a la playa, ir al cine, ir a alguna fiesta él ofrecía una excusa para declinar la invitación. Los meses pasaron y perdieron contacto. Ella entró a la pre-pacifico, el se metió a una academia de matemáticas. Ella entró a la primera, él en cambio entró a la católica recién  al segundo intento.

Como un río que de pronto se separa en dos surcos que ni se ven ni se tocan, sus vidas tomaron diferentes rumbos. Completamente distintos. Fernanda terminó administración a los 22 años y se graduó en primer puesto de su promoción luego decidió viajar a Paris para hacer una maestría. La lejanía provocó, que su larguísima relación con Bruno cayera en un vacío y terminaran después de casi seis años como suele ocurrir a uno de los le tocó oficiar ser de victima y al otro de victimario. En este caso ella fue la que le dijo por teléfono que era mejor terminar la relación, que en ese instante estaban en frecuencias diferentes, que ya verían si, con el tiempo podrían volver a estar, que ya verían más adelante qué ocurriría. Fernanda sabía muy bien que no habría un mas adelante” pero la voz llorosa de Bruno al otro lado del auricular le dio tanta pena y remordimiento que no tuvo más remedio que darle esperanzas a un futuro muy muy lejano.
Libre en una ciudad europea, Fernanda superó rápidamente el triste capítulo de Bruno y apartada como estaba de los prejuicios dominantes de Lima. Se aventuró rápidamente a conocer otro tipo de chicos. En Paris tuvo un par de relaciones pasajeras, nada muy serio. Primero se enredó con un brasileño muy guapo que la abordó en un pub y que después de varias y apasionadas noches le enseño, no solo algo de portugués y capoeira, sino todos los trucos amatorios que el lento de Bruno desconocía. Su otro novio fue un muchacho malagueño que trabajaba como administrador en un hotel y que la hacia reír mucho “me recordaba mucho a ti” le diría Fernanda a Eduardo años después, mientras actualizaban sus vidas durante su encuentro en el bar. “Hubiera preferido que me recordaras como el brasileño”, le bromeó Eduardo, los dos se rieron. “Bueno, un poco difícil, considerando que ni nos besamos”, dijo ella, sacando a relucir con disimulada coquetería aquel rasgo confuso de su antigua amistad. “Si, pues”, asintió él con la cabeza, mientras le daba un sorbo nervioso a su mojito aguado y trataba de luchar mentalmente para que la palabra BESO no reverberara en su cabeza como un campanazo.
Fernanda pasó en Paris menos de 3 años. De regreso a Lima entró a trabajar a la Química Suiza y conoció a Raúl Brescia, su jefe. De inmediato se generó entre ambos un claro magnetismo, una atracción a primera vista. Siempre que salían con la gente de la oficina a bailar, a almorzar, a cenar quedaba clarísimo que allí había un entendimiento que excedía “la simpatía laboral”. A Raúl le tomó cinco meses conseguir que Fernanda accediera a ser su novia. Paseaban por todos lados, estaban de arriba abajo, se daban demostraciones afectivas públicamente y hasta durmieron juntos una vez en el hotel de su tío, pero ella no se animaba a iniciar algo serio. Y no era que no estuviera interesada, de hecho lo estaba, solo que con 26años encima ya no podía darse el lujo de esperar una relación formal con un chico únicamente porque le parecía guapo. Ese criterio colegial- universitario no servia a estas alturas. A los 26 años, una mujer como ella tenía que asegurarse de que su posible enamorado fuera un potencial candidato a esposo, es decir, alguien con quien proyectarse, alguien que no le haga perder el tiempo. Como fraseaban sus tías y su mamá.
Felizmente para ella, Raúl resultó ser el partido perfecto: ejecutivo, 36 años, independiente, atractivo, solvente, cariñoso y sobre todo fiel. En la Química Suiza lo tenían muy bien considerado y su escalamiento fue muy rápido. Su padre, además, tenía, una vieja amistad con los dueños, lo cual sin duda colaboraba a favor de su carrera en la empresa.
Desde que iniciaron la relación estaba visto que Fernanda y Raúl acabarían casándose. No solamente se llevaban bien, sino que además se les veía súper bien. Eran la pareja más fotogénica de todas las páginas de sociales. Salían en las paginas de discotecas y restaurantes mas elegantes de Lima, pero también en las de el regatas de la Punta, donde Raúl tenía encallado un yate, y en el club del golf donde competía en torneos amateur con sus amigos del colegio. Cuando después de un año de enamorados se pusieron de novios. La mama de ella era la más feliz del mundo, ella realizó todos los arreglos para que su hija se case en la iglesia Virgen del Pilar con el padre Michael Evans. Ella, desde luego se encargaría de todo.

El destino de Eduardo se planteó de manera distinta. Antes de que lo  expulsaran de la católica por triquear matemáticas, se trasladó con las justas al centro de la imagen donde dio fin a sus tumbos vocacionales. Tres años después recibió su cartón de diseñador grafico. Luego viajó a Buenos Aires para hacer una especialización en redacción creativa en una universidad conocida de Palermo.
Al cabo de 5 meses, Eduardo no podía estar mejor; estudiaba por las mañanas y trabajaba por las tardes en una respetable agencia de publicidad bonaerense. Es en la universidad donde conocería a su novia, era una chica blanca, rubia, ojos azules, se llamaba Fátima, era guapísima de 23 años que se acababa de graduar en artes plásticas y a la que conoció en una fiesta universitaria. Ella lo instruyó en toda esa onda artística que a él siempre le fascinó pero que en Lima no tenía como ni con quién cultivar. Iban al teatro, a la opera, a recitales, a museos, a conciertos, a exposiciones de arte, a bibliotecas, salía con amigos artistas a los diferentes cafés de Baires todas las noches, energía e intensidad que le rejuvenecían. No extrañaba nada del Perú. Una vez cada semana llamaba a su mamá y a sus tías, les decía que las quería mucho y preguntaba si necesitaban algo, pero eso era todo. 
Estaba súper feliz en Argentina y Fátima tenia que ver mucho con esa sensación de alivio emocional. Los fines de semana se dedicaban a viajar al interior del país, esa vida le resultaba maravillosa.

Fernanda hizo la fiesta del año para su matrimonio. El señor Tudela no escatimó un sol para que la última de sus hijas tuviera la mejor recepción de esos últimos años. Fue en una casona de los cóndores. Mil trecientos invitados, orquesta, varias botellas de champagne y etiqueta azul en cada mesa, iluminación fastuosa y toldos árabes en todos los jardines de la casa, además de un buffet que arrancó comentarios en todos los invitados. No hubo revista en donde no apareciera una extensa reseña del matrimonio Brescia-Tudela. Ahí Fernanda bailando en medio de una ronda de amigas, ahí Raúl lanzado por los aires por sus amigos golfistas, ahí los arlequines en zancos distribuyendo a los invitados pitos, sombreros y mascaras venecianas mandadas a traer exclusivamente de Italia. Ahí los papas de Raúl y Fernanda satisfechos, junto con ministros, embajadores, cónsules y otras personalidades de la alta sociedad limeña, ahí los novios radiantes despidiéndose de los invitados desde el interior de una limosina. Casi todas las notas periodísticas que se escribieron a propósito del casamiento acababan con la misma acotación.

“La feliz pareja partirá en breve a Europa por un mes, destino elegido para la luna de miel”.
El encantamiento duro 5 años, luego empezaron los problemas. Por un lado Fernanda no podía quejarse su situación. Vivian en una mansión espectacular con vista de Lima en las casuarinas, tenían cuatro automóviles, varios empleados para el servicio, y por si fuera poco, su hijo Paúl, de 4 años estaba en uno de los mejores colegio de Lima. No cabe duda que a Raúl le había ido profesionalmente muy bien. Alcanzar la gerencia general de la Química Suiza y manejar en paralelo los negocios familiares de su padre le habían dejado despejado del camino de la preocupación económica. Si aún no era millonario, le faltaba muy poco.
Sin embargo, esa obsesión por el ascenso laboral y la acumulación de dinero fue convirtiendo a Raúl en un hombre muy frío más de lo que ya era. 
Al principio del matrimonio era súper amable, detallista, cariñoso, le mandaba flores, sorpresas por sus aniversarios, regalos maravillosos entre otras cosas. Así fue durante los primeros años. Ahora, en cambio su perfil de negociante calculador había ido apagando esa chispa, esa calidez que carácter despedía. Eso se tradujo en ausencias y en una constante indiferencia física que Fernanda ya no sabía a qué (o a quien) adjudicar. De pronto Raúl dejó de hacerle el amor con la ternura acostumbrada ahora casi ni la tocaba, ni la miraba. Aunque  como padre era ejemplar su faceta de esposo, sobre todo en el plano sexual, había sufrido cambios radicales, altamente preocupantes. Fernanda llegó a pensar hasta en una posible homosexualidad aunque no quería armar un alboroto.

Todo cambió en su vida esos últimos. Tal vez ese fue el primer instante desde el ya lejano día en que se casaron en que Fernanda murmuro hacia adentro, sin pronunciar una sola silaba, la temeraria pregunta que a todas costas había evitado hacerse: ¿Será Raúl el hombre correcto, será el hombre de mi vida?

                       Continuará....???






jueves, 2 de junio de 2011

Adiós al pasado....


Al comienzo, toda relación es como un dormitorio vacío que los enamorados se encargan de ir decorando poco a poco. Las mil fotos que se tomaron juntos, los regalos de cada aniversario, las tarjetas de cumpleaños, los globos, los peluches bautizados, los boletos de teatro y películas memorables, las postales de viajes inolvidables, las entradas a conciertos, las medallas con los nombres grabados, los emails, las cartas-las bonitas, las amargas escritas en una hoja de cuaderno.

Ese montón de objetos, chucherías, cachivaches o como los quieras llamar le dan a una relación un respaldo escénico, un clima, un ambiente. Pero, claro, el decorado sirve en la medida en que el recinto esta habitado, con vida. Sin embargo, una vez que todo se termina y se va al demonio la relación hay que desmontar esa pesada escenografía, realizar la mudanza y descolgar cada recuerdo del “ex”.

En el fondo, no sé qué es mejor: Si deshacerse de todo o guardarlo en, por ejemplo, una caja de zapatos, esa pequeña tumba de cartón en la que solemos enterrar los residuos de un amor finiquitado.

Antes me costaba mucho más desprenderme de ciertas evidencias físicas pero con el tiempo he aprendido a minimizar esos souvenirs inútiles que dejan las relaciones que se rompen. A veces la gente devuelve las cosas, con la manipuladora esperanza de que la otra persona se conmueva ante ese geste despreciativo y consideren la posibilidad de una segunda oportunidad.

Si uno en realidad no quiere quedarse con ninguna reliquia del ex, en lugar de devolverlas o esconderlas, simplemente hay que exterminarlas y listo. Que rompa las fotos, que queme las cartas, que desaparezca esos peluches empolvados, que regale las baratijas. La idea está en hacerlo con decisión, sin culpa ni anestesia.


Últimamente, lo que esta de moda entre los novios(as) vengativas es la difusión de fotos íntimas a través de la red es por eso que jamás se dejen tomar fotos desnudas (os) por que con el tiempo pueden sufrir algún tipo de chantaje. Lo malo de guardar esos cachivaches es que un día, digamos un domingo de ocio, te topas con ese cofre polvoriento y, en un acto entre nostálgico y masoquista lo abres y como exhumar un ataúd siempre trae consecuencias enseguida dejas de hacer todo lo que tenias planeado hacer y te sientas con las piernas cruzadas a ver las fotos, leer las cartas, a reírte o llorar de las servilletas, posavasos, corchos en los que el(ella) te escribió una dedicatoria. Es bien raro eso. Es como husmear en tu pasado y sentir, por unos microsegundos, que en tu interior se remueven algunos sentimientos. Es como volver a una isla y contemplar los restos de tu propio naufragio: Los huesos, los remos quebrados…

A la gente le cuesta pasar la página del todo y por eso colecciona y agrupa mini cadáveres cuya misión es imposible: eternizar algo que ya no existe o preservar algo que ya fue.

Yo también he sido un afanoso coleccionista de piezas escogidas de mi biografía amorosa. Pero eso se acabó. Mis últimos fines de semana los he dedicado a deshacerme de algunos objetos que ya no tienen sentido seguir guardándolos. Para que retenerlos si ya perdieron su finalidad original: hacerme reír. Es más, ahora me quitan espacio y me provocan incómodos flashbacks, razones suficientes para darles de baja. ¿No creen?

He empezado por incinerar las fotos y papeles. Borrar las toneladas de mails, conversaciones por chat y fotos digitales que ya deleteé de mi disco duro. Y no lo he hecho para espantar al monstruo del pasado, sino más bien para despedirlo oficialmente dándole las gracias por los servicios prestados.

Creo que esas extirpaciones son necesarias. Primero, porque es parte de una saludable y merecida limpieza interior y, segundo, porque necesitas que “tu espacio” retorne a su vacío original y tener espacio suficiente para el niño(a) que por ahí aparezca con nuevos cachivaches y no tengas donde acomodarlos.

Y tu, ya eliminaste tus cachivaches amorosos?


PD: Una canción que me encanta… Todo ira bien, piénsalo !!!